La radio educativa latinoamericana
De todos los medios masivos, la radio, es la que
llega a la más alta proporción de la población: 75 por ciento. Pero ese amplio acceso no es su única ventaja. Por su
bajo costo y su relativa facilidad de operación la radio tiene también la
virtud de prestarse más que ningún otro medio a la participación del pueblo en su manejo. Frente a la obsesión
mercantil, la radio popular y educativa latinoamericana es una apuesta creativa
y valerosa por el ideal democrático que representa.
El uso de la radio para la educación popular tiene ya casi
medio siglo de experiencia en Latinoamérica. Comenzó prácticamente al mismo
tiempo, 1947, en dos de los países de aquella: Colombia y Bolivia.
El inquieto párroco de la aldea colombiana de Sutatenza,
José Joaquín Salcedo, instaló en aquel año, una elemental estación
radiodifusora de corto alcance para llegar a los campesinos algo alejados de su
circunscripción con mensajes religiosos.
Poco tardó en agregar a la finalidad evangelizadora la intención
alfabetizadora. Y, ante la acogida de los campesinos, tampoco demoraría mucho
en añadir a su emprendimiento otros fines educativos en campos como la salud y
la agricultura misma.
La estrategia comunicativa de que se valió el joven
sacerdote fue la de “escuela radiofónica”. Consistía en programas especialmente
producidos para los campesinos, a los que se organizaba en pequeños grupos y se
orientaba por medio de un auxiliar local capacitado para ello y provisto de
materiales complementarios. La idea era que, asistiendo asiduamente a las
audiciones en grupo, los campesinos subsanaran su falta de instrucción escolar,
discutieran problemas y se organizaran para tomar acciones solutorias. El
experimento cobró rápidamente amplia aceptación y considerable impacto.
Con apoyo formal eclesiástico y respaldo gubernamental,
Salcedo estableció entonces la entidad Acción Cultural Popular. Contando,
además, con sustantivo respaldo financiero internacional, ACPO vino a ser en
una década el ejercicio masivo de educación no formal más grande y ambicioso
del mundo. En su punto culminante llegó
a tener ocho emisoras por todo el país, con una potencia conjunta de alrededor
de 800 kilowatts de salida, dos institutos de formación de líderes campesinos,
una central de preparación de programas y un servicio de producción audiovisual
e impresa en el que editó el primer semanario del país para campesinos.
El otro experimento precursor fue el de Bolivia, coetáneo al
de Colombia, pero del todo distinto. El país vivía, a fines de los 40, de la
producción de estaño y los trabajadores de esta industria estaban organizados
en sindicatos. En uno de ellos nació la
primera emisora obrera, que tuvo azarosa y efímera existencia. Pero en 1952 se
inició una revolución nacionalista que realizó profundos cambios estructurales,
incluyendo la nacionalización de las tres grandes empresas mineras productoras
de estaño. Fue en esas circunstancias propicias que surgieron algunas emisoras
sindicales mineras. Diez años más tarde llegarían a ser algo más de veinte y
todavía aumentarían después hasta acercarse a las treinta.
Las radios mineras eran costeadas con cuotas voluntarias de
los trabajadores del subsuelo que ganaban miserables salarios. Además de ser
autofinanciadas, eran autogestionarias. Que sus equipos fueran rústicos y de
corto alcance y que su personal no tuviera experiencia en producción
radiofónica eran cuestiones secundarias, frente al objetivo que el medio bien
venía a servir. Este no era otro que el
de expresarse, el de quebrar de viva voz la incomunicación que los trabajadores
padecían en sus remotos distritos altiplánicos, y así permitirles defender sus
intereses. Tal importancia llegaría a tener que pronto se pasó la cuenta de
cobro a las radios; gobiernos totalitarios las acallarían a veces a sangre y
fuego.
La característica
fundamental de esas radios fue su naturaleza participativa. Los improvisados productores radiofónicos consultaban
a menudo a la gente para ajustar su programación a los requerimientos de
ella. Con su estrategia de “micrófono
abierto”, ponían a los trabajadores y a sus familias a hablar libremente de
todos los temas de su interés, a hacer reclamos a las autoridades e inclusive a
criticar la conducción sindical. Visitaban escuelas, iglesias, mercados,
pulperías y campos deportivos y hasta entraban a los socavones mineros para dar
a la gente la oportunidad de decir su palabra.
Más aún, las radios servían como núcleo de reunión social y hasta como
eje de convocatoria a asambleas populares para la toma de decisiones. Practicaban
pues, esos comunicadores obreros, la comunicación “horizontal”,
“participativa”, “dialógica” y “alternativa” cuando menos diez años antes de
que teoría alguna postulara nociones como esas.
A partir de la quiebra de la minería estannífera en 1985,
que trajo aparejado el desempleo masivo de las minas y el derrumbe del poderío
sindical, esas radios comenzaron a desaparecer.
En estado casi agónico sobreviven a la fecha cuatro o cinco de ellas.
La influencia del modelo Sutatenza se comenzó a sentir en
algunas partes de la región ya en los años 50. Pero fue en los 60 que la
estrategia de las escuelas radiofónicas generó la creación de numerosas
emisoras, en su mayoría patrocinadas por la Iglesia Católica en unos 15 de los
países latinoamericanos. En Centro América, especialmente en Honduras y El
Salvador; al norte, en México y Guatemala; en el Caribe en República
Dominicana, en los Andes, algo en Venezuela y harto en Ecuador, Perú y Bolivia;
y al sur, principalmente en Argentina, Chile y Brasil.
Al principio, lo que había era replicaciones directas y
acríticas del modelo, pero luego fueron surgiendo ajustes y adaptaciones a
particularidades locales o a otros criterios.
Algunas radios flexibilizaron el marco de instrucción típico de
Sutatenza para hacer más educación no formal, para acercarse a las
organizaciones populares y hasta para reemplazar la visión de la sociedad y de
su desarrollo derivada de la impronta de ACPO.
Esto ocurrió tal vez primero en el Movimiento de Educación de Base (MEB)
de Brasil, en el que un maestro desconocido comenzaba a plantear inéditas ideas
para democratizar la educación; se llamaba Paulo Freyre.
En todo caso, la educación por radio se iría acercando más
al pueblo y sus problemas en la década en que el dormido fermento de cambio se
activaba, planteando, entre otras medidas, la reforma agraria. Lo que muchos
mantuvieron sin alteración por largo tiempo fue la preferencia por el público
campesino sobre el citadino y el énfasis sobre la recepción de los mensajes
radiofónicos en pequeños grupos comunales para discusión y acción.
De especial importancia fue el desarrollo de la radio
popular y educativa en idiomas nativos en países con porcentajes significativos
de población autóctona, especialmente los andinos. La participación de los
indios aymaras y quechuas en este comienzo es sobresaliente en Bolivia, Perú y
ha llegado a ser acogida inclusive por algunas emisoras comerciales. Recientemente
campesinos de la sierra norte peruana inclusive operan con éxito pequeñas
emisoras diseñadas y construidas artesanalmente y a bajo costo, por ellos
mismos. También en Ecuador hubo loables avances en este rubro, así como en
Guatemala y años más tarde en México.
La radio popular campesina fue más allá de la educación, la
información y la diversión. A millares de seres humanos sumidos en selvas,
cordilleras y llanuras les brindó gratis el equivalente al correo, al telégrafo
y al teléfono que les habían sido negados.
Rodeadas de competencia comercial, las radios educativas
tuvieron que ir ampliando y variando su programación a fin de equilibrar en
ella lo educativo, con lo de entretenimiento y con lo informativo. A esto último dio un valioso aporte el
noticiero internacional “Chasquihuasi”, producido en cassette en Chile. Sobre
todo en los años 70, las radios populares no abandonaron su papel
contestatario, su misión de denuncia de la injusticia para con las grandes
mayorías crecientemente empobrecidas y sojuzgadas.
A causa de este compromiso con el pueblo no pocas de ellas
han sufrido censura, hostigamiento y clausura; y unas cuantas hasta han sido
víctimas de destrucción por violencia estatal o por actos de terrorismo.
Bien, en 1972, hubo un feliz nacimiento: el de la Asociación
Latinoamericana de Educación Radiofónica (ALER). Pero ya para entonces el
modelo Sutatenza mostraba preocupante desgaste y estaba por entrar en escena,
traído de las Islas Canarias, el promisorio modelo “ECCA”.
En presencia, por otra parte, de nuevos fenómenos, como la
masiva migración del campo a la ciudad que formaba los cinturones de miseria,
las afiliadas a la ALER comenzaron a poner atención también al público urbano
periférico. Percibieron, igualmente, la importancia de nuevos movimientos
sociales y de distintos actores políticos derivados del deterioro de las
agrupaciones partidarias tradicionales. Y así, la ALER fue ajustando sus
esfuerzos a las cambiantes realidades.
Fragmento de
LA RADIO POPULAR Y
EDUCATIVA DE AMERICA LATINA, Sinic.gov.co
Consejero Regional en Comunicación, Centro para
Programas de Comunicación Universidad John Hopkins
Intervención en el I Festival de Radioapasionados y
televisionarios – Quito Ecuador 1995 -