domingo, 19 de mayo de 2013

Conozcamos algo más sobre la radio


La Radio
 


Se entiende por Radio, un sistema de comunicación mediante ondas electromagnéticas que se propagan por el espacio. Se utilizan ondas radiofónicas de diferente longitud para distintos fines; por lo general se identifican mediante su frecuencia, que es la inversa de la longitud de onda de la radiación. Las ondas más cortas poseen una frecuencia (número de ciclos por segundo) más alta; las ondas más largas tienen una frecuencia más baja (menos ciclos por segundo).

Aun cuando fueron necesarios muchos descubrimientos en el campo de la electricidad hasta llegar a la radio, su nacimiento data en realidad de 1873, año en el que el físico británico James Clerk Maxwell publicó su teoría sobre las ondas electromagnéticas. La teoría de Maxwell se refería sobre todo a las ondas de luz; quince años más tarde, el físico alemán Heinrich Hertz logró generar eléctricamente tales ondas. Suministró una carga eléctrica a un condensador y a continuación le hizo un cortocircuito mediante un arco eléctrico. En la descarga eléctrica resultante, la corriente saltó desde el punto neutro, creando una carga de signo contrario en el condensador, y después continuó saltando de un polo al otro, creando una descarga eléctrica oscilante en forma de chispa. El arco eléctrico radiaba parte de la energía de la chispa en forma de ondas electromagnéticas. Hertz consiguió medir algunas de las propiedades de estas ondas “hercianas”, incluyendo su longitud y velocidad.

El nombre de este pionero alemán de la radio que fue Heinrich Hertz ha servido para bautizar la unidad de medida de la frecuencia, el ciclo por segundo (hercio, Hz). Un kilohercio (kHz) es 1.000 ciclos por segundo, 1 megahercio (MHz) es 1 millón de ciclos por segundo y 1 gigahercio (GHz), 1.000 millones de ciclos por segundo. Las ondas de radio van desde algunos kilohercios a varios gigahercios. Las ondas de luz visible son mucho más cortas. En el vacío, toda radiación electromagnética se desplaza en forma de ondas a una velocidad uniforme de casi 300.000 kilómetros por segundo.

Las ondas de radio se utilizan no sólo en la radiodifusión, sino también en la telegrafía inalámbrica, la transmisión por teléfono, la televisión, el radar, los sistemas de navegación y la comunicación espacial. En la atmósfera, las características físicas del aire ocasionan pequeñas variaciones en el movimiento ondulatorio, que originan errores en los sistemas de comunicación radiofónica como el radar. Además, las tormentas o las perturbaciones eléctricas provocan fenómenos anormales en la propagación de las ondas de radio.

Las ondas electromagnéticas dentro de una atmósfera uniforme se desplazan en línea recta, y como la superficie terrestre es prácticamente esférica, la comunicación radiofónica a larga distancia es posible gracias a la reflexión de las ondas de radio en la ionosfera. Las ondas radiofónicas de longitud de onda inferior a unos 10 m, que reciben los nombres de frecuencias muy alta, ultraalta y superalta (VHF, UHF y SHF), no se reflejan en la ionosfera; así, en la práctica, estas ondas muy cortas sólo se captan a distancia visual. Las longitudes de onda inferiores a unos pocos centímetros son absorbidas por las gotas de agua o por las nubes; las inferiores a 1,5 cm pueden quedar absorbidas por el vapor de agua existente en la atmósfera limpia.

Los sistemas normales de radiocomunicación constan de dos componentes básicos, el transmisor y el receptor. El primero genera oscilaciones eléctricas con una frecuencia de radio denominada frecuencia portadora. Se puede amplificar la amplitud o la propia frecuencia para variar la onda portadora.

Una señal modulada en amplitud se compone de la frecuencia portadora y dos bandas laterales producto de la modulación. La frecuencia modulada (FM) produce más de un par de bandas laterales para cada frecuencia de modulación, gracias a lo cual son posibles las complejas variaciones que se emiten en forma de voz o cualquier otro sonido en la radiodifusión, y en las alteraciones de luz y oscuridad en las emisiones televisivas.


Encarta, 2005



Radio y comunicación



La radio, medio de expresión

 
Desde la aparición de la primera emisora con programación regular (KDKA, Pittsburg, USA, 1920) hasta nuestro días, el estudio de la Radio ha estado casi exclusivamente centrado en la delimitación de su función comunicativa: el estudio de la proyección social y política del medio, su desarrollo como instrumento de la propaganda política en la Europa de entreguerras o como instrumento de la publicidad comercial en la “golden age” de los años 30-40 en Estados Unidos, el estudio de la naturaleza de los mensajes que difunde el medio en función del nivel de gratificaciones o efectos que produce en las audiencias, o el estudio de fenómenos sociológicos como la Radio-servicio o la Radio-compañía. Estas investigaciones sociológicas han servido muchas veces de orientación para las distintas emisoras en la selección de un determinado género o formato en su programación; buscando el máximo de rentabilidad comercial o política en la identidad tipo de programa/público concreto: seriales dramáticos para un público femenino, música rock para un público juvenil, información de actualidad para un público adulto masculino, etc. Desde esta misma perspectiva la segunda mitad del siglo XX heredó, salvo contadas experiencias europeas, una programación y estilo radiofónicos un tanto adocenados y de escasa significación en el desarrollo de la función cultural del medio.
La televisión arrebató a la radio buenos profesionales y, así, alguno de los mejores escritores, presentadores, realizadores y actores de esta sonosfera radiofónica, que contribuyeron con su esfuerzo a desarrollar un discurso y una expresión genuinamente radiofónicos, fueron incorporándose poco a poco a partir de los 50-60 en esta videoesfera televisiva tan atractiva y gratificante para los nuevos creadores del medio.
Otros intereses, económicos-empresariales principalmente, acabaron por decidir la suerte del desarrollo expresivo-artístico de la radio, produciéndose a partir de entonces una repetición de fórmulas y códigos que a veces nos induce a pensar que todo está ya inventado, o, algo más grave, que la radio no es primordialmente un medio de expresión; como si para el desarrollo de una función tan relevante, ya fueran suficientes la televisión y el cine.
La industria audiovisual de los 90, más concentrada en grupos multimedia y más atenta a la lógica de la inversión rentable, ha organizado las demandas informativas, culturales y de entretenimiento de los públicos radioyentes según segmentos de interés, ofreciendo a cada segmento aquella programación especializada creada para satisfacen un consumo inmediato y placentero.
La primera consecuencia de todo esto es que la radio de los 90 ha suprimido de su programación, de una manera casi total, aquel género que más contribuyó a la estructuración de un genuino código de expresión. El género dramático, el radiodrama ―radionovelas―, es hoy casi una ilusión, ausente de una gran mayoría de programaciones radiofónicas del mundo entero (con excepción de la BBC británica: 400 emisiones dramáticas anuales en sus cuatro canales radiofónicos). Y, simultáneamente, el concepto de radio-expresión deviene en algo raro o excepcional entre los millones y millones de horas de programación que ofrecen conjuntamente todas las emisoras del mundo en sólo un año de emisión: bajo el reducido grupo-insignia de los formatos de programación existentes (musical, “all news”, “talk show”), programas semejantes y contenidos temáticos semejantes, presentados por locutores que utilizan protocolos de comunicación y rutinas semejantes, cada día a la misma hora, se dirigen a unos públicos cada vez más homogéneos… y semejantes.
La triple función de la radio como medio de difusión, comunicación y expresión ha sido tergiversada con la generalizada homogeneización de géneros y formatos. El uso de la radio como objeto de compra-venta de mercancías (información, música, anuncios-productos) ha devaluado la función expresiva y estética del medio.
Para aquellos radiofonistas de los años 20, deseosos de que la la audiencia de aquellas obras del teatro de Broadway de Nueva York pudiera contarse entre miles, público heterogéneo y distante, no existían demasiados problemas cuando se trataba de transmitir una obra de teatro: bastaba un equipo técnico y micrófono en el escenario. Inevitablemente, el radioyente no recibía la misma información que el espectador que se hallaba sentado en las butacas del teatro, y tampoco percibía las mismas sensaciones.
Inmediatamente, tras el fracaso de las primeras experiencias, se incorporó a la representación de la obra teatral un nuevo personaje, ajeno a la dramatización escénica, observador de aquello que sucedía en el escenario: el narrador. Como observador que era de la realidad visual, el narrador contaba al observador de la realidad radiofónica qué ocurría en aquellos instantes de dramatización exclusivamente visual. Luego vendrían aquellas obras de teatro adaptadas, transcritas y representadas en el estudio de grabación de la emisora. Una orquesta interpretaba breves melodías en los pasajes de transición entre escenas o actos. Y finalmente, obras expresamente escritas y realizadas para la escena radiofónica.
En la segunda mitad de la década de los 30, el uso generalizado del magnetófono introduce un nuevo concepto expresivo con la ruptura de la instantaneidad en el proceso de emisión: la voz puede ser congelada, transformada y emitida en el momento que se desee. El tiempo de la acción dramática adquiere una nueva dimensión. Y con el magnetófono, la posibilidad de reproducir y manipular los ruidos de la naturaleza: los efectos sonoros.
El radioteatro o radiodrama ha sido el género radiofónico que mejor ha desarrollado esa traducción sonora del mundo audiovisual. Pero al mismo tiempo, en la radio se encuentra el medio ideal para expresar lo fantástico e imaginario, creando una nueva poesía: la poesía del espacio. La radio, pues, se fija dos importantes metas: reconstrucción y recreación del mundo real a través de voces, música y ruidos, y creación de un mundo imaginario y fantástico, productor de sueños para espectadores perfectamente despiertos.
Un adversario del lenguaje radiofónico, aquel que niega que las formas expresivas de la radio pueden reconocerse en un lenguaje propio, es también, aunque involuntariamente, el profesional del medio que considera que la radio es principalmente un transmisor de información. En el contexto comparativo de la función periodística de los distintos medios, la radio se erige como el medio que transmite noticias con mayor rapidez. Convertida la radio en un altavoz de noticias, que se suceden ininterrumpidamente a través del discurso de la palabra de los periodistas; o convertida también en un instrumento de las compañías discográficas que utilizan la radio como altavoz de sus novedades musicales, no es extraño que algunos piensen que la razón de la existencia de la radio está en su función técnica de canal transmisor de la palabra-noticia o del disco-música.


Armand Balsebre

(Fragmentos) El lenguaje radiofónico, Cátedra, 2000

El lenguaje de la radio



La palabra radiofónica
-Parte 1

Ninguno de los sistemas expresivos que constituyen el lenguaje radiofónico es por sí mismo fundamental para la producción de sentido. Sin embargo, porque es el instrumento habitual de expresión directa del pensamiento humano y vehículo de nuestra socialización, la palabra es indispensable en el conjunto del lenguaje radiofónico.
Es curioso escuchar cómo a veces se les adjudica a las obras-arquetipo que han pasado a la historia de la memoria colectiva de la radio un valor singular por su tratamiento experimental del sonido, la fuerza expresiva de los efectos sonoros utilizados o el acierto en la selección y montaje de sus músicas. Y, paralelamente, no se expresa igual entusiasmo en el recuerdo del gran esfuerzo creativo que supuso en esas obras el trabajo con la palabra radiofónica. Como si lo auténticamente radiofónico, lo que proporcionó la clave del éxito en la inteligente construcción narrativa de la obra, fuera patrimonio de los sistemas expresivos de la música o de los efectos sonoros.
Así es cómo nuestra memoria histórica recuerda, por ejemplo, legado de lo que fue una auténtica creación radiofónica en el pasado, la trascendente emisión de Orson Welles para la CBC La guerra de los mundos, la noche del 30 de octubre de 1938. Algunos autores homenajean el trabajo de Welles haciendo alusión a la riqueza expresiva de los efectos sonoros en la descripción radiofónica de la invasión marciana, a partir del aterrizaje de unas naves espaciales en una granja de Govers Mills, New Jersey. Otros destacan el acierto de la inserción musical entre los distintos noticiarios que hablaban de informes astronómicos sobre Marte o la pausa de piano tras interrumpirse trágicamente la emisión en el momento en que el reportero Carl Philips describía los movimientos de la “Cosa” después de abandonar su cápsula espacial.
Sin quitarle ningún protagonismo ni méritos al trabajo realizado en el montaje de los efectos sonoros, o al trabajo, breve pero significativo, de la banda musical, la auténtica fuerza expresiva y creativa de La guerra de los mundos está en la palabra radiofónica y… en alguno de sus silencios.
Orson Welles era un mago de la palabra, transmutándose, a través de los perfiles polifacéticos de su voz, en distintos personajes en sus distintas caracterizaciones para la radio norteamericana de los años 30-40. Pero, sin embargo, algunos autores han preferido identificar su trabajo creativo con sofisticados montajes radiofónicos, ingeniosos efectos sonoros, o, como también ha sucedido con su obra cinematográfica, recordando de Welles sus extravagantes encuadres de cámara o su espléndido maquillaje en la representación del anciano Charles Foster Kane (cuando sólo contaba veinticinco años); precisamente, y es toda una paradoja, un film el de Ciudadano Kane cuya continuidad narrativa viene generada por una única y hermosa palabra: “Rosebud”.
La descripción del sistema expresivo de la palabra radiofónica no se agota con la descripción lingüística de la palabra en los usos convencionales de la comunicación interpersonal o de la comunicación escrita: la palabra radiofónica no es solamente la palabra a través de la radio.    



Armand Balsebre

(Fragmentos) El lenguaje radiofónico, Cátedra, 2000