sábado, 30 de julio de 2011

Jorge "Cacho" Fontana - Fontana Show

El Fontana Show
(1999) Cacho Fontana volvió a FM de la Ciudad para hablar de tango
  
Dedicación. Para recuperar el tiempo perdido. Se acerca con cierta desconfianza. Las circunstancias de su vida -quizá sus propias elecciones o las de otros sobre las que no tuvo ingerencia- le dejaron el leve tic de ponerse en guardia frente a un grabador. Pero hablar de la radio -indudablemente su hábitat natural- lo relaja y, finalmente, se entrega. Jorge Cacho Fontana volvió a la radio por... -¿para qué preguntar cuántas veces fueron?- enésima vez. No le interesa dar datos precisos. Lo que quiere es contar esa experiencia de volver al aire, eso que se autonegó hace mucho tiempo y eso que intenta recuperar poco a poco.
"Para mí volver a FM de la Ciudad es lo mismo que volver a la BBC de Londres, porque lo hice con la misma responsabilidad y, además, creo en lo que puedo brindar", dice en el mismo color de voz que para cualquier mayor de 25 años despierta inevitables recuerdos.

En diciembre último estrenó espacio en el 92.7 del dial, con El espectacular de la ciudad (domingos, de 18 a 21), un programa de tangos en el que la visita de una personalidad sirve de excusa para desandar temas, compositores, bares y memorias.

"Intentar darle un perfil propio a mi programa en una emisora como ésta, en la que durante las 24 horas se pasa tango, era un desafío. Por eso los invitados, que desde distintas profesiones -no necesariamente vinculadas estrechamente con el 2x4- me permiten un acercamiento diferente. De hecho busco el disenso, ya que el tango, como el fútbol, es un tema de no fácil encuentro de opiniones."

Su tête-à-tête con el tango no es nuevo, ni mucho menos. La primera vez que habló frente a un micrófono fue presentando una orquesta típica en la sala Argentina para luego pasar a ser el animador de la orquesta de Domingo Federico -en la que reemplazó a un tal Jorge Hidalgo, que no era otro que Carlos Carella, que abandonaba la animación para dedicarse a la actuación- en el Tango Bar.

Viejos y nuevos tiempos

Si bien la televisión le prestó imagen a su voz y no había taxista que no lo recibiera con un enfático ¡ con seguridad! al abrir la puerta del coche, es la radio la que a Fontana lo mueve a la nostalgia.

Y no es para menos, El Fontana Show - en las décadas del 50 y 60- marcó un punto de inflexión en la radio, de tal manera que aún hoy, a 25 años de su salida del aire, son varios los locutores y conductores que lo recuerdan como si hablaran de la temporada última.

"El programa duró casi 15 años y en ese tiempo tuvo varias estructuras. De contar con cuatro guionistas de la calidad de Miguel Coronato Paz, Abel Santa Cruz, Alberto Migré y Hugo Moser llegó a tener diez. De ser grabado y con una duración de sólo una hora, pasó a ser en vivo y con cuatro de aire. Pero creo que lo que ayudó a innovar algo fue que posicionó la mañana como el horario fuerte de la radio.

Cuando me nombraron locutor de la mañana en Radio El Mundo -para mí era estar cumpliendo el sueño de mi vida-, ése era un horario casi desprestigiado (sin la televisión, el horario fuerte de la radio era la noche), pero con Beba Vignola -que junto con Antonio Carrizo fueron mis grandes maestros- y Rina Morán logramos revertir la situación. De todas maneras el formato ya estaba, yo quizá lo puse en evidencia", rememora Fontana.

Rescatarlo de los recuerdos cuesta un poco, pero al fin no se resiste. -¿A quién le gusta escuchar en radio?
-Por una cuestión profesional escucho a todos. Casi no paro en ningún punto del dial, pero si tengo que elegir a alguien definitivo en la mañana sería a Mario Pergolini. Tiene el idioma de este tiempo, y con ese lenguaje puede hacer un buen programa, cosa que cuesta encontrar. Tiene una fuerza y un temperamento especiales, además de buen humor e inteligencia.

Si bien hay dos generaciones de jóvenes que no lo conocen, si bien se siente par de la gente de la tercera edad, si bien viene en un formato más moderado -Fontana Modulado, dice él en alusión a la FM- más tranquilo, más conversador que enfático, Cacho Fontana está en la radio para hacer de su trabajo un momento de placer porque, como casi deletrea -para que no quepan dudas-: "Salvo Turner que se pone de acuerdo con Saddam para maquillar la tropa y atacar a las nueve de la noche, todo lo demás lo hace la radio".

Verónica Pagés

Viernes 15 de enero de 1999 | Publicado en edición impresa de La Nación

Primeras normativas radiales

La radio y las primeras normas sobre radiodifusión


El 26 de agosto de 1920 desde el teatro Coliseo de la ciudad de Buenos Aires Radio Argentina transmitió íntegramente la ópera de Wagner “Parsifal”.
Las transmisiones de Radio Argentina tuvieron una rápida aceptación. Como expresa Ricardo Gallo “la novedad, regularidad y gratuidad del servicio fueron motor suficiente para que el público comenzara a requerir del mercado aquellos receptores de galena”(1991); dos años después de la instalación de esa emisora los comerciantes encargados de la venta de aparatos receptores decidieron agruparse para estimular sus ventas y crearon Radio Sud América.
La radiodifusión no estaba prevista en ninguna norma legal -sólo se contemplaba el servicio radiotelegráfico- por lo que las dos emisoras se instalaron sin permiso oficial y funcionaban sin atenerse a ninguna reglamentación.
En la instalación de la tercer emisora sí tuvo una participación el Estado, ya que el Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires otorgó un permiso oficial para el funcionamiento de Radio Cultura aceptando su financiación con publicidad comercial.
Es decir que en nuestro país con la instalación de las tres primeras emisoras, sin contabilizar aquellos intentos que no llegaron a establecerse como verdaderas estaciones, existían tres sistemas diferentes de financiación: transmisión sin publicidad y sin subvención (Radio Argentina); la subvencionada por comerciantes de la radioelectricidad (Radio Sud América) y la financiada por medio de la publicidad comercial (Radio Cultura). Al poco tiempo se consolidó definitivamente esta última solución, siendo la radiofonía argentina explotada por capitales nacionales.
En tanto que la primera licencia oficial -recordemos que a Radio Cultura sólo se le otorgó un permiso- fue otorgada a Radio Argentina el 19 de noviembre de 1923, luego de tres años de funcionamiento. El encargado de otorgar dicha licencia fue el Departamento de Marina, quien ejercía jurisdicción de acuerdo con la normativa vigente.
Los primeros instrumentos que se dictaron para encuadrar a la radiodifusión dentro del ordenamiento jurídico fueron para remitirlos hacia las leyes que legislaban las distintas formas de telecomunicaciones: telégrafos, teléfonos y radiotelegrafía.
La equiparación con los telégrafos tenía como fundamento el artículo 67 inciso 12 de la Constitución Nacional, antes de la reforma de 1994, que entre las atribuciones que confería al Congreso Nacional, establecía: “Reglar el comercio marítimo y terrestre con las naciones extranjeras y de las provincias entre sí”, entendiéndose el vocablo “comercio” no sólo como intercambio o transacción pecuniaria, sino también englobando distintas formas de transporte y de comunicaciones. La Corte Suprema de Justicia había estimado que “(...) debían considerarse incluidas también las estaciones transmisoras de broadcasting o de difusión que en consecuencia, quedarían sujetas a todas las obligaciones y gozarían de todos los beneficios de la Ley 750 ½” (de Telégrafos Nacionales).
El primer decreto que se refiere a las radiocomunicaciones, aunque sin regular ningún aspecto, fue el Decreto del 28 de diciembre de 1922 que firmó el Presidente Alvear y creaba una comisión especial encargada de elaborar un proyecto de ley de radiocomunicaciones. La comisión logró su objetivo y presentó al Congreso Nacional un proyecto de ley, que si bien tuvo despacho de Comisión en la Cámara de Diputados, nunca fue sancionado.
No se dictó una ley que contenga disposiciones de fondo referidas específicamente a la radiodifusión, pero de las distintas leyes supletorias y de las distintas reglamentaciones que se fueron dictando, surgía que la radiodifusión era de carácter nacional, realizada por el Estado o por quien éste autorice, siempre bajo la jurisdicción de algún departamento del ejecutivo.
Los distintos decretos que se dictaron para reglamentar la actividad siempre procuraron cuidar el principal objetivo de la radio: “ofrecer al radioescucha audiciones altamente artísticas y culturales”.
A falta de una ley que ejerciera una dirección de los servicios de radiodifusión, la tarea del Estado era la de fiscalización. Las sanciones disciplinarias que se aplicaron entre los años 1929 y principios de 1939 equivalían 5540 horas de transmisión, agrupándose sus principales causas de la siguiente forma:
“Suspensiones por excesos de publicidad e incumplimiento de las normas generales de servicio; transmisiones inmorales y otras contrarias a la función cultural de los programas; campañas tendenciosas y noticias falsas; y por infracciones técnicas” (2).
Más allá de la acción represiva y vigilante ejercida por el órgano de contralor, de los distintos decretos se va a ir delineando el carácter de la radiodifusión como servicio público, con la consiguiente potestad del Estado para ejercer su regulación a través de distintos órganos, según el momento de dictarse la normativa.

Javier Torres Molina/Darío Vive
Rebelión

sábado, 23 de julio de 2011

Tango

El tango en la radio

Recordaba  Rosita Quiroga: «Fui la primera intérprete solista que intervino en la radio. Nuestra paga se nos hacía efectiva con pocillos de café». Y agregaba Charlo «La hora oficial la tocábamos con Rosita Quiroga, ella sostenía una sartén y yo la golpeaba con un cucharón». Y puede decirse aún más, por ejemplo que en Radio Nacional (luego Belgrano) la misma Rosita hacía también las veces de cocinera; eran célebres sus ravioladas, compartidas con el citado Charlo, Azucena Maizani,  José Bohr y otros de aquellos pioneros. Y cuentan que era común verla ir hacia el micrófono limpiándose apresuradamente las manos enharinadas en el delantal, cosa que, por supuesto, los oyentes ignoraban. Eran los días iniciales de una aventura llamada radiofonía...
Poco antes de que ocurrieran estas anécdotas, que hoy nos hacen reír, pero que entonces eran cosa de todos los días, aparecían las primeras emisoras. La que se adelantó a todas fue Radio Argentina (en principio, Sociedad Radio Argentina), iniciada por obra del doctor Enrique Susini y tres compinches, a los que se llamó "los locos de la azotea", con la transmisión de "Parsifal" de Wagner, desde el Teatro Coliseo.
Le siguió Radio Cultura, ante cuyos micrófonos solían pararse Rosita Quiroga, Luis Díaz, José Bohr y Mario Pardo con sus voces, o Adolfo Rafael Avilés, Próspero Cimaglia y Elio Rietti con sus instrumentos, o Francisco Canaro, Juan Maglio, Domingo Santa Cruz, Roberto Firpo y Osvaldo Fresedo con sus batutas.
También las siguieron, entre los '20 y '30, Radio Prieto, Nacional, Brusa, América, T.F.F., Cine París (estación del cine-teatro de igual nombre), Bernotti, Mayo, Telefunken Service, Federal, La Voz del Aire, Fénix, Callao, Stentor, La Abuelita, Grand Splendid Théatre, Del Pueblo, Porteña, Rivadavia y otras "broadcastings", como se les decía por entonces.
Cuando los tiempos de la galena ya estaban en el olvido, 1932 marcó el comienzo de las curiosas transmisiones de Carlos Gardel efectuadas desde el exterior, cuando tres estaciones locales reemitieron, el 25 de mayo, su actuación por Radio Colonial de París. Posteriormente, el 5 de marzo de 1934, el Zorzal cantó desde la NBC (National Broadcasting Company) de New York, mientras sus guitarristas Barbieri, Riverol  y Vivas lo acompañaban -auriculares mediante-, desde los estudios de la porteña Radio Rivadavia, aunque salían al aire por Splendid.
El 17 de agosto, la experiencia se repitió por la misma radio y, finalmente, el 15 de marzo de 1935, Belgrano lo transmitió una vez más desde la misma ciudad. En ese último año, y luego del deceso del cantor, Radio Callao propalaba la primera audición dedicada exclusivamente a su memoria, con la conducción de Carlos Enrique Cerchetti, que sería retomada por Julio Jorge Nelson, como "El bronce que sonríe". El propio Nelson inició, por la misma emisora, "El éxito de cada orquesta", trasladada luego a Mitre y posteriormente a Rivadavia.
En 1933, le puso su voz a la radio "el más popular de los "acuarelistas" porteños", Lopecito (Juan Francisco López), quien en 1937, inició su muy extenso ciclo "De Villoldo a Gardel", al que habría de sumar "Esquinas porteñas" y, entre otras, "Tanguerísima", la última de sus audiciones por Radio Atlántida, de Mar del Plata.
En el '34, el incontenible auge de la radiofonía llevó al iniciador del cine sonoro, Eduardo Morera, a filmar "Ídolos de la radio", con Ada Falcón e Ignacio Corsini. Pronto aparecieron las revistas especializadas, como Radio Cultura, Radio Revista, Micrófono, Radiolandia (ex La Canción Moderna), Sintonía, Antena y otras.
El '35 vio nacer a Radio El Mundo y, más o menos en la misma época, surgieron los nombres que -junto a algunos de las ya citados-, estaban destinados a perdurar, como Excelsior (ex Brusa), Belgrano (ex Nacional), Municipal, Antártida (ex Fénix), Splendid (ex Grand Splendid Théatre), Rivadavia (ex Radio Muebles Díaz), etcétera.
Entretanto, por Nacional, Stentor y Fénix, pasaba sucesivamente un importante espacio tanguero: "Tangos, autores e intérpretes", que conducían Héctor y Luis Jorge Bates, cuyos reportajes a célebres figuras del género constituyeron, en 1936, el libro "La historia del tango".
Las audiciones consagradas especialmente al género son, desde los comienzos hasta nuestros días, una cantidad importantísima y algunas de ellas han quedado para siempre en el recuerdo popular, como "Ronda de ases", "Grandes Valores del Tango" o el "Glostora Tango Club".
Otras también popularísimas estuvieron a cargo de voces como las de Roberto Giménez ("Mano a mano con el tango"), Antonio Cantó ("Mundo de tango"), Raúl Moyano ("Música de Buenos Aires"), Jorge Serrano "Serranito" ("El tango y sus estrellas"), Alberto Palazón ("Tangos... ¡y qué tangos!"), Lito Bayardo ("Ídolos del tango"), Esteban Decoral Toselli ("Sábados argentinos"), Josecito Pace ("Alma de tango"), Roberto Casinelli y Raúl Outeda ("Gente de tango", "La hora del tango"), Alejandro Romay ("Lluvia de estrellas"), Juan Zucchelli ("El tango y sus ases"), Francisco Ducca ("Tiempos viejos"), Osvaldo Martín ("Una cita con el tango"), Saúl del Cerro ("Sabor a tango"), Oscar Julio Vidal ("Recordando al Ruiseñor"), Tito Sobral ("Estampas de antaño"), Alberto Zabalza ("Voces de mi ciudad" y "Ronda de orquestas"), Odín Fleitas ("Hoy juega el seleccionado del tango"), Julio César Marini ("Un tango y dos palabras"), Alcira Musa ("Y el pueblo no los olvida"), Francisco García Gimenez ("El tango, historia de medio siglo"), Roberto Carde ("Ronda de estrellas"),Julián Centella ("Por estas calles del tango", "En una esquina cualquiera", "La mesa cuadrada del tango" y "Desde una esquina sin tiempo"), Roberto Tarzi ("Esquinas de tango"), Jorge Vilela ("Por las veredas de Alsina"), Hugo Campos ("Esencia de tango"), Luis Dalessio ("Trasnoche de tango"), Lidia Sánchez ("Los tangos de Buenos Aires"), Juan Carlos La Madrid ("Tango y jazz, mellizos de América"), Luis Adolfo Sierra ("Nuestro tango es así"), Roberto González Rivero "Riverito" ("En cada país un tango"), Héctor Negro ("Buenos Aires Tango"), Oscar del Priore ("A través del tango"), Alberto Príncipe ("Los viejos tangos del '40"), Lionel Godoy ("La noche con amigos"), Néstor Pinzón ("Siempre el tango"), Felipe Yofre ("¿Dónde te encuentro, tango?"), Norberto Malbrán ("Recorriendo con tangos el país"), Silvio Soldán ("Soldán esquina tango"), Jorge Bocacci ("Bocacci a tango limpio"), y tantos otros.
Hoy, más allá de que sean sólo memoria los bailables de los domingos, los micros de Juancito Díaz, el fueye cadenero de Pichuco en "Con T de Troilo" o la voz barriobajera de Alberto Castillo en la "Audición Federal", tango y radio siguen siendo algo así como sinónimos.
Roberto Selles

Originalmente publicado en el fascículo 28 de la colección Tango Nuestro editada por Diario Popular. Bajado de todotango.com

lunes, 18 de julio de 2011

La radio en la Argentina

La historia de la radio en la Argentina






Estudiaban Medicina en la Universidad de Buenos Aires y terminaron siendo los responsables de la primera transmisión de radio del país y, dicen algunos, del mundo. Fue hace 90 años, el 27 de agosto de 1920. Ya desde 1917 a Enrique Telémaco Susini, Miguel Mujica, César Guerrico y Luis Romero Carranza los llamaban los locos de la azotea por las antenas que tenían en las terrazas de sus casas desde que se convirtieron en radioaficionados fanáticos y en pioneros de la radiodifusión argentina.

Ellos fundaron la radio en el país. A las 21 horas del 27 de agosto de 1920, cuando desde el Teatro Coliseo transmitieron la ópera Parsifal, de Richard Wagner, para que la escucharan los pocos adelantados que tenían en sus casas una radio. Con la transmisión de Parsifal se inauguró también la primera emisora nacional: LOR, Radio Argentina, que tuvo competencia dos años después: LOX Radio Cultura, la primera radio con publicidad.

La pasión de los locos de la azotea había comenzado 10 años antes, cuando, en 1910, el ingeniero Guillermo Marconi, creador de la telegrafía inalámbrica, visitó la Argentina. En ese momento, Enrique Susini y sus compañeros quedaron deslumbrados por la revolución tecnológica desarrollada por Marconi y no se detuvieron hasta transmitir Parsifal.

Los locos de la azotea vendieron Radio Argentina poco tiempo después, para crear Via Radiar, una empresa dedicada a las comunicaciones de larga distancia. En 1930 recibieron la asombrosa suma de 200 millones de dólares por la compañía, dinero que invirtieron en la creación de los estudios Luminton, pilar del cine argentino en sus mejores años.

Aunque sea Enrique Telémaco Susini el más recordado, los cuatro precursores de la radio hicieron recorridos relevantes en sus vidas profesionales. Susini se recibió de médico otorrinolaringólogo, pero también fue profesor de canto y de violín, y hasta director del Teatro Colón. Dirigió además una película con Lola Membrives como protagonista, "La chismosa", en 1938. Su sobrino Miguel Mujica era el más joven. También médico, llegó a ser ministro de Comunicaciones durante el gobierno de Arturo Frondizi. César Guerrico fue un médico de renombre y director de Radio Splendid. Y el radiólogo Luis Romero Carranza fundó la primera fábrica de celuloide virgen para cine.

Juntos, hace 90 años, comenzaron la larga historia de la radio en la Argentina. 

Diario Clarín, agosto de 2005

sábado, 16 de julio de 2011

Las Radionovelas

Radionovelas, sonidos de la imaginación

A través de la magia de la radio, el auditorio podía ver con los ojos de su imaginación las escenas que ingeniosamente le eran narradas.


Un monje, solitario, demente, en un convento habitado sólo por él, subía al coro con lentitud y, a los acordes tenebrosos pulsados por sus huesudas manos en el viejo órgano, contaba historias de terror cuya verdad nadie sino él conocía. Con voz de ultratumba alarmaban a quienes lo escuchaban: “Nadie sabe... nadie supo... la verdad, en el horrible caso de...” A continuación narraba la historia de horror más escalofriante que alguien pudiera imaginarse. Al terminar el relato soltaba una carcajada que erizaba los cabellos a cualquiera. Después de escuchar esta radiotransmisión era difícil conciliar el sueño.
La voz de El Monje loco era de Salvador Carrasco, y el maestro Nacho García tocaba el órgano añadiendo el acento melodramático. Un elenco de actores apoyaba la escenificación de los casos que presentaba el conocido monje. Precisamente los espeluznantes relatos constituían la atracción de uno de los programas favoritos de la estación mexicana XEQ. En diciembre de 1941 se sobresaltó el público acostumbrado a sintonizarlo: por la radio se oía el asesinato del cantante Carlos Arciniega. Cientos de radioescuchas llamaron a la policía para denunciar el hecho. De pronto, la XEQ retomó su programación cotidiana y el desconcertado público comprendió que había sido una broma de Luis de Llano, el productor de la época. Desde ese día, de Llano fue conocido como el Orson Welles mexicano. 
Cuando las radiodifusoras de importancia se dieron cuenta de que podían aprovechar la popularidad de la radio en beneficio del teatro, creyeron conveniente conformar pequeñas compañías de actores y actrices para transmitir obras dramáticas. Así, reunieron un repertorio muy peculiar, pues el ruido servía en gran parte para ilustrar la acción, el ambiente y la expresión de los personajes.
El radioteatro y la radionovela eran el vehículo apropiado para que el público echara a volar su fantasía. El oído del radioespectador que escucha una representación teatral cumple una función estimulante para la imaginación. Por virtud de la palabra que describe la escena, del clima creado con rumores y con música, del diálogo palpitante de sugerencias que sostienen los actores, cada radioescucha asume un aspecto diferente y personal de lo narrado, de acuerdo con la cantidad y la calidad de su propia fantasía.
El espectador recrea la escena e imagina las luces, el fondo en que se mueven las figuras y el aspecto físico del personaje. Su única guía, la sola realidad sobre la cual basa su representación mental, son las palabras y los sonidos que percibe.
El actor de radio debe estar dotado de una voz grata al oído, con buen ritmo, llena de fuerza y correcta dicción, que lo convertirá en el galán que cada radioescucha guarda en su corazón. Si la actriz tiene la voz juvenil y fresca, podrá interpretar a la dama joven del drama, aunque su edad real rebase los cincuenta.
Los sonidistas, hombres de gran creatividad, eran los responsables de cuidar aspectos del sonido para provocar la atmósfera, el ambiente y el clima apropiados. A su cargo estaba la educación auditiva del público: debían lograr que éste reconociera sonidos como el del vapor que se escapa de la locomotora, el silbido de una víbora, el viento que sopla, el llanto de un niño.
Para lograr los efectos necesarios recurrían a abrir cajones, deslizar un papel, pasarse la mano por la roma, oprimir un timbre, descolgar un teléfono, cerrar una puerta, simular los pasos de una mujer... Para que se oyera el fuego de una hoguera, comprimían con las manos el papel celofán de un paquete de cigarrillos. Los disparos eran simulados por martillazos en unas bolsitas de papel que contenían un polvo especial.
El escritor argentino Gustavo Martínez Zuviría, conocido por el seudónimo de Hugo Wast, concedió autorización para que radio Belgrano, estación argentina, adaptara y transmitiera sus obras La casa de los cuervos y La corbata azul. Oscar Beltrán, escritor y comediógrafo, presentó en Radio Prieto de Buenos Aires, una adaptación radiofónica de La Gitanilla, de Cervantes. Radio Fénix Argentina transmitió en episodios la adaptación de la novela La chica del zorro azul: cada tarde se presentaba un capítulo a cargo de la compañía radioteatral de la actriz Ida Delmar, quien tuvo ocasión de cantar y hablar, acciones que eran explicadas con ágiles y matizadas acotaciones verbales.
En México, con motivo del Día de la Raza, XEFO, Radio Nacional, difundió un radioteatro basado en una historia de Germán List Arzubide. Tierra, nombre de la obra, teatralizaba los momentos angustiosos que sufrió Cristóbal Colón la madrugada del 11 de octubre de 1492 al amotinarse su cansada tripulación.


Fragmento de Escenas inolvidables del siglo XX, Reader’s Digest de México, 1998

lunes, 11 de julio de 2011

Los balbuceos de la radio


Primeramente se utilizó con fines militares. Después en los años veinte, fue convertida en medio de comunicación masiva. Por fin, en la década de los años treinta, la radiofonía alcanzó su verdadera dimensión popular.



En 1923, el London Daily Express, diario de la capital inglesa, aconsejaba escuchar un aparato “radiotelefónico” para conservar el cabello. Los peluqueros daban el mismo consejo a sus clientes que estaban amenazados por la calvicie. Los expertos aseguraban que las perturbaciones eléctricas causadas en el aire por los mensajes inalámbricos tenían un notable efecto benéfico para el cabello. Además, de acuerdo con este periódico, los propietarios de una estación receptora doméstica iban con menor frecuencia al peluquero. El señor O’Donnel, secretario de la Asociación de Telegrafistas de Inalámbrico, aseguraba que entre los 7.200 individuos de la asociación apenas había 10 a 12 calvos.
El mismo diario atribuía a la radio la cura de un sordo, William Simpson, de la calle del Mercado, en Lichfield. Este hombre, a los 70 años de edad, reía y gritaba de gozo, pues había logrado escuchar por primera vez una banda de jazz que tocaba en Birmingham. Un médico célebre aseguraba que la radio podía curar a personas cuya sordera fuera producto de perturbaciones mentales, pues la nueva manera de percibir el sonido producía en el paciente un efecto que lo volvía a su estado normal. Como estas noticias, circulaban muchos rumores sobre los efectos positivos y negativos del nuevo estilo de “conectarse” a sucesos ocurridos en lugares distantes. La radiodifusión causó un efecto social similar al producido por el ferrocarril: adhesiones y rechazos sin fundamentos.
Su inicio se ubica en los años veinte, mucho tiempo después de que Guglielmo Marconi realizara sus primeros experimentos de transmisión inalámbrica del sonido. Al principio, la radio sustituiría a la comunicación por cable, pero sus mensajes podían ser captados por mucha gente, y esto constituía una desventaja. Después de la Primera Guerra Mundial, algunos hombres con visión empresarial empezaron a interesarse en transmitir programas. Descubrieron que los esfuerzos por desarrollar la radiotelefonía como un medio confidencial de comunicación eran erróneos: su verdadero campo era el de la publicidad en gran escala.
En la primera Exposición Panbritánica de Radiofonía, celebrada en Westminster, en 1922, se exhibieron elegantes muebles para aparatos de radio. Sin embargo, los  primeros receptores que salieron a la venta eran muy sencillos: una caja de un material adecuado, la galena (sulfuro de plomo) y auriculares. Algunos aficionados construían sus propios aparatos comprando por separado los componentes: batería, bobinas y altavoces. Captaban los programas o mensajes disponibles, acompañados de chirridos, silbidos y toda clase de interferencias, como los gritos y las quejas de los vecinos no interesados en la novedad.
La transmisión masiva generó un gran entusiasmo, aunque también una enorme expectación. Unos opinaban que desterraría el hábito de leer; otros, que el público dejaría de asistir a los conciertos. Los más censuraban la actitud pasiva del radioescucha, que sería presa fácil de ciertos mensajes, no siempre buenos, los cuales evitarían que el individuo desarrollara su propio pensamiento. En suma, s temía que la radio despertase ciertas ansias de emociones o nuevas ideas que llegasen a trastornar la sociedad.
La primera emisión británica autorizada salió al aire el 14 de febrero de 1922. La Dirección de Correos insistió en que hubiera una interrupción de tres minutos en intervalos determinados, durante la media hora de la transmisión. El creciente interés económico y las noticias sobre la proliferación de estaciones locales de radio convencieron a la Dirección de Correos de formar una cooperación: la Compañía Británica de Radiodifusión (BBC), el 18 de octubre de ese mismo año. A esta empresa se le concedió el monopolio para la radiodifusión bajo licencia, y vendió los permisos para los radioescuchas (diez chelines anuales) y los derechos por radiorreceptor.
Según la licencia de la BBC, la empresa debía proporcionar al público un servicio de noticias, información, conciertos, conferencias, temas de educación, pronósticos meteorológicos y representaciones teatrales. Y cumplió. Para no competir con la prensa, las noticias eran muy limitadas en tiempo y frecuencia. También se transmitía teatro, música para bailar, chistes de comediantes y variedades. Pero los directores y los productores teatrales protestaron por el temor de ver reducido su público. En consecuencia, fueron reducidos los tiempos de estos programas.
En España, la innovación se dio a conocer en la Exposición Internacional de Valencia (1921), donde se interesaron sólo unos pocos. N 1924 surgió la primera radiodifusora del país: Radio Barcelona, con sede en la ciudad Condal. La primera transmisión se realizó el 14 de noviembre. Se instalaron en la calle gran número de altavoces, y así el público que no tenía aparatos receptores participaría del acontecimiento. La aceptación de este medio de comunicación fue tan grande que en 1928 se colocaron micrófonos en algunas iglesias, para transmitir la misa dominical.
En América latina, la primera emisora fue la CYL, que salió al aire en la Ciudad de México el 18 de septiembre de 1923.