martes, 11 de marzo de 2014

Educación por radio

La radio educativa latinoamericana


         De todos los medios masivos, la radio, es la que llega a la más alta proporción de la población: 75 por ciento. Pero ese amplio acceso no es su única ventaja. Por su bajo costo y su relativa facilidad de operación la radio tiene también la virtud de prestarse más que ningún otro medio a la participación del pueblo en su manejo. Frente a la obsesión mercantil, la radio popular y educativa latinoamericana es una apuesta creativa y valerosa por el ideal democrático que representa.

         El uso de la radio para la educación popular tiene ya casi medio siglo de experiencia en Latinoamérica. Comenzó prácticamente al mismo tiempo, 1947, en dos de los países de aquella: Colombia y Bolivia.
         El inquieto párroco de la aldea colombiana de Sutatenza, José Joaquín Salcedo, instaló en aquel año, una elemental estación radiodifusora de corto alcance para llegar a los campesinos algo alejados de su circunscripción con mensajes religiosos.  Poco tardó en agregar a la finalidad evangelizadora la intención alfabetizadora. Y, ante la acogida de los campesinos, tampoco demoraría mucho en añadir a su emprendimiento otros fines educativos en campos como la salud y la agricultura misma.
         La estrategia comunicativa de que se valió el joven sacerdote fue la de “escuela radiofónica”. Consistía en programas especialmente producidos para los campesinos, a los que se organizaba en pequeños grupos y se orientaba por medio de un auxiliar local capacitado para ello y provisto de materiales complementarios. La idea era que, asistiendo asiduamente a las audiciones en grupo, los campesinos subsanaran su falta de instrucción escolar, discutieran problemas y se organizaran para tomar acciones solutorias. El experimento cobró rápidamente amplia aceptación y considerable impacto.
         Con apoyo formal eclesiástico y respaldo gubernamental, Salcedo estableció entonces la entidad Acción Cultural Popular. Contando, además, con sustantivo respaldo financiero internacional, ACPO vino a ser en una década el ejercicio masivo de educación no formal más grande y ambicioso del mundo.  En su punto culminante llegó a tener ocho emisoras por todo el país, con una potencia conjunta de alrededor de 800 kilowatts de salida, dos institutos de formación de líderes campesinos, una central de preparación de programas y un servicio de producción audiovisual e impresa en el que editó el primer semanario del país para campesinos.
         El otro experimento precursor fue el de Bolivia, coetáneo al de Colombia, pero del todo distinto. El país vivía, a fines de los 40, de la producción de estaño y los trabajadores de esta industria estaban organizados en sindicatos.  En uno de ellos nació la primera emisora obrera, que tuvo azarosa y efímera existencia. Pero en 1952 se inició una revolución nacionalista que realizó profundos cambios estructurales, incluyendo la nacionalización de las tres grandes empresas mineras productoras de estaño. Fue en esas circunstancias propicias que surgieron algunas emisoras sindicales mineras. Diez años más tarde llegarían a ser algo más de veinte y todavía aumentarían después hasta acercarse a las treinta.
         Las radios mineras eran costeadas con cuotas voluntarias de los trabajadores del subsuelo que ganaban miserables salarios. Además de ser autofinanciadas, eran autogestionarias. Que sus equipos fueran rústicos y de corto alcance y que su personal no tuviera experiencia en producción radiofónica eran cuestiones secundarias, frente al objetivo que el medio bien venía a servir.  Este no era otro que el de expresarse, el de quebrar de viva voz la incomunicación que los trabajadores padecían en sus remotos distritos altiplánicos, y así permitirles defender sus intereses. Tal importancia llegaría a tener que pronto se pasó la cuenta de cobro a las radios; gobiernos totalitarios las acallarían a veces a sangre y fuego.
         La característica fundamental de esas radios fue su naturaleza participativa.  Los improvisados productores radiofónicos consultaban a menudo a la gente para ajustar su programación a los requerimientos de ella.  Con su estrategia de “micrófono abierto”, ponían a los trabajadores y a sus familias a hablar libremente de todos los temas de su interés, a hacer reclamos a las autoridades e inclusive a criticar la conducción sindical. Visitaban escuelas, iglesias, mercados, pulperías y campos deportivos y hasta entraban a los socavones mineros para dar a la gente la oportunidad de decir su palabra.  Más aún, las radios servían como núcleo de reunión social y hasta como eje de convocatoria a asambleas populares para la toma de decisiones. Practicaban pues, esos comunicadores obreros, la comunicación “horizontal”, “participativa”, “dialógica” y “alternativa” cuando menos diez años antes de que teoría alguna postulara nociones como esas.
         A partir de la quiebra de la minería estannífera en 1985, que trajo aparejado el desempleo masivo de las minas y el derrumbe del poderío sindical, esas radios comenzaron a desaparecer.  En estado casi agónico sobreviven a la fecha cuatro o cinco de ellas.
         La influencia del modelo Sutatenza se comenzó a sentir en algunas partes de la región ya en los años 50. Pero fue en los 60 que la estrategia de las escuelas radiofónicas generó la creación de numerosas emisoras, en su mayoría patrocinadas por la Iglesia Católica en unos 15 de los países latinoamericanos. En Centro América, especialmente en Honduras y El Salvador; al norte, en México y Guatemala; en el Caribe en República Dominicana, en los Andes, algo en Venezuela y harto en Ecuador, Perú y Bolivia; y al sur, principalmente en Argentina, Chile y Brasil. 
         Al principio, lo que había era replicaciones directas y acríticas del modelo, pero luego fueron surgiendo ajustes y adaptaciones a particularidades locales o a otros criterios.  Algunas radios flexibilizaron el marco de instrucción típico de Sutatenza para hacer más educación no formal, para acercarse a las organizaciones populares y hasta para reemplazar la visión de la sociedad y de su desarrollo derivada de la impronta de ACPO.  Esto ocurrió tal vez primero en el Movimiento de Educación de Base (MEB) de Brasil, en el que un maestro desconocido comenzaba a plantear inéditas ideas para democratizar la educación; se llamaba Paulo Freyre.
         En todo caso, la educación por radio se iría acercando más al pueblo y sus problemas en la década en que el dormido fermento de cambio se activaba, planteando, entre otras medidas, la reforma agraria. Lo que muchos mantuvieron sin alteración por largo tiempo fue la preferencia por el público campesino sobre el citadino y el énfasis sobre la recepción de los mensajes radiofónicos en pequeños grupos comunales para discusión y acción.
         De especial importancia fue el desarrollo de la radio popular y educativa en idiomas nativos en países con porcentajes significativos de población autóctona, especialmente los andinos. La participación de los indios aymaras y quechuas en este comienzo es sobresaliente en Bolivia, Perú y ha llegado a ser acogida inclusive por algunas emisoras comerciales. Recientemente campesinos de la sierra norte peruana inclusive operan con éxito pequeñas emisoras diseñadas y construidas artesanalmente y a bajo costo, por ellos mismos. También en Ecuador hubo loables avances en este rubro, así como en Guatemala y años más tarde en México.
         La radio popular campesina fue más allá de la educación, la información y la diversión. A millares de seres humanos sumidos en selvas, cordilleras y llanuras les brindó gratis el equivalente al correo, al telégrafo y al teléfono que les habían sido negados.
         Rodeadas de competencia comercial, las radios educativas tuvieron que ir ampliando y variando su programación a fin de equilibrar en ella lo educativo, con lo de entretenimiento y con lo informativo.  A esto último dio un valioso aporte el noticiero internacional “Chasquihuasi”, producido en cassette en Chile. Sobre todo en los años 70, las radios populares no abandonaron su papel contestatario, su misión de denuncia de la injusticia para con las grandes mayorías crecientemente empobrecidas y sojuzgadas.
         A causa de este compromiso con el pueblo no pocas de ellas han sufrido censura, hostigamiento y clausura; y unas cuantas hasta han sido víctimas de destrucción por violencia estatal o por actos de terrorismo.
         Bien, en 1972, hubo un feliz nacimiento: el de la Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica (ALER). Pero ya para entonces el modelo Sutatenza mostraba preocupante desgaste y estaba por entrar en escena, traído de las Islas Canarias, el promisorio modelo “ECCA”.
         En presencia, por otra parte, de nuevos fenómenos, como la masiva migración del campo a la ciudad que formaba los cinturones de miseria, las afiliadas a la ALER comenzaron a poner atención también al público urbano periférico. Percibieron, igualmente, la importancia de nuevos movimientos sociales y de distintos actores políticos derivados del deterioro de las agrupaciones partidarias tradicionales. Y así, la ALER fue ajustando sus esfuerzos a las cambiantes realidades.
Luis Ramiro Beltrán·
Fragmento de
LA RADIO POPULAR Y EDUCATIVA DE AMERICA LATINA, Sinic.gov.co




· Consejero Regional en Comunicación, Centro para Programas de Comunicación Universidad John Hopkins
Intervención en el I Festival de Radioapasionados y televisionarios – Quito Ecuador 1995 -

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