lunes, 11 de julio de 2011

Los balbuceos de la radio


Primeramente se utilizó con fines militares. Después en los años veinte, fue convertida en medio de comunicación masiva. Por fin, en la década de los años treinta, la radiofonía alcanzó su verdadera dimensión popular.



En 1923, el London Daily Express, diario de la capital inglesa, aconsejaba escuchar un aparato “radiotelefónico” para conservar el cabello. Los peluqueros daban el mismo consejo a sus clientes que estaban amenazados por la calvicie. Los expertos aseguraban que las perturbaciones eléctricas causadas en el aire por los mensajes inalámbricos tenían un notable efecto benéfico para el cabello. Además, de acuerdo con este periódico, los propietarios de una estación receptora doméstica iban con menor frecuencia al peluquero. El señor O’Donnel, secretario de la Asociación de Telegrafistas de Inalámbrico, aseguraba que entre los 7.200 individuos de la asociación apenas había 10 a 12 calvos.
El mismo diario atribuía a la radio la cura de un sordo, William Simpson, de la calle del Mercado, en Lichfield. Este hombre, a los 70 años de edad, reía y gritaba de gozo, pues había logrado escuchar por primera vez una banda de jazz que tocaba en Birmingham. Un médico célebre aseguraba que la radio podía curar a personas cuya sordera fuera producto de perturbaciones mentales, pues la nueva manera de percibir el sonido producía en el paciente un efecto que lo volvía a su estado normal. Como estas noticias, circulaban muchos rumores sobre los efectos positivos y negativos del nuevo estilo de “conectarse” a sucesos ocurridos en lugares distantes. La radiodifusión causó un efecto social similar al producido por el ferrocarril: adhesiones y rechazos sin fundamentos.
Su inicio se ubica en los años veinte, mucho tiempo después de que Guglielmo Marconi realizara sus primeros experimentos de transmisión inalámbrica del sonido. Al principio, la radio sustituiría a la comunicación por cable, pero sus mensajes podían ser captados por mucha gente, y esto constituía una desventaja. Después de la Primera Guerra Mundial, algunos hombres con visión empresarial empezaron a interesarse en transmitir programas. Descubrieron que los esfuerzos por desarrollar la radiotelefonía como un medio confidencial de comunicación eran erróneos: su verdadero campo era el de la publicidad en gran escala.
En la primera Exposición Panbritánica de Radiofonía, celebrada en Westminster, en 1922, se exhibieron elegantes muebles para aparatos de radio. Sin embargo, los  primeros receptores que salieron a la venta eran muy sencillos: una caja de un material adecuado, la galena (sulfuro de plomo) y auriculares. Algunos aficionados construían sus propios aparatos comprando por separado los componentes: batería, bobinas y altavoces. Captaban los programas o mensajes disponibles, acompañados de chirridos, silbidos y toda clase de interferencias, como los gritos y las quejas de los vecinos no interesados en la novedad.
La transmisión masiva generó un gran entusiasmo, aunque también una enorme expectación. Unos opinaban que desterraría el hábito de leer; otros, que el público dejaría de asistir a los conciertos. Los más censuraban la actitud pasiva del radioescucha, que sería presa fácil de ciertos mensajes, no siempre buenos, los cuales evitarían que el individuo desarrollara su propio pensamiento. En suma, s temía que la radio despertase ciertas ansias de emociones o nuevas ideas que llegasen a trastornar la sociedad.
La primera emisión británica autorizada salió al aire el 14 de febrero de 1922. La Dirección de Correos insistió en que hubiera una interrupción de tres minutos en intervalos determinados, durante la media hora de la transmisión. El creciente interés económico y las noticias sobre la proliferación de estaciones locales de radio convencieron a la Dirección de Correos de formar una cooperación: la Compañía Británica de Radiodifusión (BBC), el 18 de octubre de ese mismo año. A esta empresa se le concedió el monopolio para la radiodifusión bajo licencia, y vendió los permisos para los radioescuchas (diez chelines anuales) y los derechos por radiorreceptor.
Según la licencia de la BBC, la empresa debía proporcionar al público un servicio de noticias, información, conciertos, conferencias, temas de educación, pronósticos meteorológicos y representaciones teatrales. Y cumplió. Para no competir con la prensa, las noticias eran muy limitadas en tiempo y frecuencia. También se transmitía teatro, música para bailar, chistes de comediantes y variedades. Pero los directores y los productores teatrales protestaron por el temor de ver reducido su público. En consecuencia, fueron reducidos los tiempos de estos programas.
En España, la innovación se dio a conocer en la Exposición Internacional de Valencia (1921), donde se interesaron sólo unos pocos. N 1924 surgió la primera radiodifusora del país: Radio Barcelona, con sede en la ciudad Condal. La primera transmisión se realizó el 14 de noviembre. Se instalaron en la calle gran número de altavoces, y así el público que no tenía aparatos receptores participaría del acontecimiento. La aceptación de este medio de comunicación fue tan grande que en 1928 se colocaron micrófonos en algunas iglesias, para transmitir la misa dominical.
En América latina, la primera emisora fue la CYL, que salió al aire en la Ciudad de México el 18 de septiembre de 1923.

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